domingo, 6 de diciembre de 2009
Andersen. Un viaje por España Hacia Granada
«El luminoso día de sol se transformaba en fulgor de ocaso, y ya convertíase Granada en una ciudad de cuento; estábamos en el mundo de hadas de Las mil y una noches»
Era noche cerrada cuando alcanzamos las montañas. La fuerte luz del farol delantero del coche se proyectaba sobre las rocas desnudas en torno al profundo abismo, que parecía aún más profundo al no iluminarse más que sus bocas. Aquí arriba, se unieron a nosotros una cuadrilla de soldados armados, cuyo cometido era velar por nuestra seguridad, de modo que iban a acompañarnos por el trecho más solitario. Aún no había transcurrido un año desde que aconteciera el último asalto, actualmente no se hablaba de otra cosa.
Retrato formal de la reina Isabel II. Septiembre de 1862. Fotografía de Gumersindo Ortiz
... La ciudad entera hervía de agitación y prisas; a los tres días llegaría la reina con su consorte, sus hijos y su séquito. Era la primera vez, desde el tiempo de Isabel la Católica, que Granada iba a ver a su reina.
Arco en la Puerta Real. Foto de C. Clifford, 1862. © Patrimonio Nacional
... Cara a la Alameda, delante de la entrada principal, se erguía un arco de triunfo de cartón, papel pintado imitando mármol y con esculturas de yeso. En la luz del crepúsculo y bajo la iluminación de la noche en calma, todo aquello tendría un efecto impresionante; pero, ahora, a plena luz del día, era como el escenario de un teatro.
La animación y el ajetreo cundían por todos lados: rebuznaban borricos, ladraban perros, un cantaor ambulante entonaba una copla con voz gangosa; otro, un improvisador ciego, declamaba mientras su chico vendía coplas. Le di un real al ciego; Larramendi le explicó que yo era un extranjero que venía de un país lejano, de más allá de Francia, y el ciego se puso a improvisar un verso para mí. Como es natural, yo no entendía palabra, pero la gente que nos hacía corro, jóvenes y viejos, chiquillos desarrapados y labriegos en ropa de gala, aplaudían con el mayor entusiasmo.
... yo le expliqué que venía muy del norte, de Dinamarca, donde una vez estuvieron los españoles, a quienes nosotros cogimos cariño. «Entonces era yo un niño», le dije, «un soldado español me cogió en brazos y me apretó una medalla contra los labios, y ese es mi recuerdo más temprano; tenía yo tres años». Ella entendió lo que yo le dije; sonrió, me cogió la mano, y el apretón de su mano fue como un beso, un beso infantil.
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