viernes, 15 de mayo de 2009

MÁS CUENTO QUE CALLEJA

LUCHA MEMORABLE

CUENTO DE CALLEJA

ADAPTADO AL CASTELLANO ACTUAL

por

ENRIQUE FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA Y CALLEJA

(Juguetes Instructivos- Serie XIV- Tomo 280)


Diga usted –me preguntaba Pepito- ¿es verdad que los españoles no son tan valientes como se creía?

-Y tú, chaval, ¿por qué me haces esa pregunta?

-Porque leo en un periódico que las hazañas que cuenta la Historia de los españoles son exageraciones ridículas.

-¡Vaya, vaya! El que ha escrito eso no sabe lo que ha dicho. Y la prueba la tienes en

el siguiente hecho que, a pesar de su carácter novelesco, es rigurosamente histórico.

Estaba el Gran Capitán, Gonzalo de Córdoba, sitiado con su ejército, por cierto muy pequeño, en la plaza italiana de Barleta, cuando los sitiadores, que eran franceses, enviaron a nuestro campo un cartel de desafío. En él se decía que, si bien no se discutía que la infantería española era la mejor del mundo, en cambio los caballeros franceses se comprometían a probar que resultaban muy superiores a los españoles.

Leyó Gonzalo de Córdoba el reto, y volviéndose a sus caballeros, preguntó si alguno quería medir sus fuerzas contra los provocadores; todos quisieron salir a la lucha. Gonzalo entonces eligió diez de los que mejor le parecieron, y los designó para que al día siguiente se batieran con igual número de caballeros franceses. Entre ellos nuestros iba el célebre Pedro Navarro, que fue el primer ingeniero militar del mundo, que dio origen a la creación del Cuerpo de Ingenieros militares, y que estaba convaleciente de una herida que poco antes recibiera en la cabeza. Iba además Diego García de Paredes, uno de los hombres de más fuerza que jamás se hayan conocido. Tanta tenía que, según cuenta Cervantes, detenía el girar de una piedra de molino, con solo apoyar en ella el dedo pulgar. Entre los franceses, que eran lo mejor de su ejército, se contaba el célebre Bayardo, llamado el caballero sin miedo y sin tacha, por su valor y por su hidalguía.

Se marcó el lugar de la lucha señalando con grandes piedras el limite, del que no podían salirse; y, para que el juicio fuese imparcial, fueron ingleses y alemanes los jueces del combate. Se dio la señal, y los veinte caballeros, colocados en dos filas, arremetieron unos contra otros. Se rompieron las lanzas en menudas astillas, saliendo al aire las espadas, y se entabló la más extraordinaria lucha que haya podido verse. Diego García de Paredes se quedó sin espada, por haberla partido en la cabeza de su adversario. Echó a correr el español, y todos creyeron que se declaraba vencido; pero en medio de la sorpresa general, cogió una de las piedras que marcaban los limites del terreno, y la tiró con la fuerza de una bala de cañón sobre su perseguidor. Dio el terrible proyectil en el pecho del caballo, cayó este, arrastrando al jinete, y el caballero francés pereció a mano de nuestro coloso.

A Pedro Navarro se le abrió la herida de la cabeza al primer choque, y la sangre que le caía sobre los ojos le cegaba; comprendiendo que estaba perdido si no apresuraba el fin de la pelea, hizo un esfuerzo, y, concentrando toda su fuerza en un solo golpe, tal fue el que le dio a su adversario, que, sin que le valiesen a este el escudo ni la armadura, cayó del caballo con una tremenda herida.

Los demás caballeros españoles cumplieron su deber sin retroceder una pulgada, prefiriendo morir antes que declararse vencidos por los franceses. Estos hacían también prodigios de valor y la lucha era tan empeñada, que resultaba difícil predecir quienes triunfarían. Pero pronto se resolvió la duda con la victoria de los españoles.

De los diez franceses no quedaban más que dos, y de los nuestros solo tres habían sucumbido; pero por un exceso de hidalguía, no quisieron ayudar a sus compañeros, aún cuando así estaba convenido. Entonces se extendió un documento en el que se hacía constar el juicio que les había merecido a los jueces unos y otros combatientes.

En él se decía que los caballeros españoles eran tan buenos como los caballeros franceses, habiendo demostrado los españoles más valor y los franceses más constancia.

Cuando leyó esto el Gran Capitán exclamó indignado: ¡Cómo tan buenos! ¡Por mejores os mandé yo!. Los caballeros españoles respondieron con dignidad:

-Hicimos cuanto estuvo en nuestra mano. De los diez franceses solo han quedado dos en pie, y de los nuestros volvemos siete.

A pesar de todo al Gran Capitán le duró el enfado hasta que algunos días después destrozó al ejército sitiador en la batalla de Ceriñola. Supongo, Pepito, que también querrás que te cuente cómo ocurrió aquello.

Pues verás: viéndose Gonzalo de Córdoba en muy mala situación por la falta de víveres, decidió abandonar las fortificaciones de Barleta y retirarse con su ejército, extenuado por el hambre, frente a las tropas francesas, mucho más numerosas y bien alimentadas. Los franceses, envalentonados, persiguieron a nuestras tropas, seguros de destrozarlas.

Al llegar a las inmediaciones de Ceriñola, tuvo que hacer frente al enemigo, y empezó la batalla, que fue muy sangrienta; tanto que allí quedó lo mejor de la nobleza francesa, entre ella, el general enemigo, Duque de Nemours. Los que se vieron libres, escaparon, y los hambrientos españoles se apoderaron del campamento francés, donde estaba preparada la cena con que pensaban festejar su victoria sobre los españoles.

-Dime, Pepito, si no te parece hermoso este hecho

-Ya lo creo, pero lo que más me asombra es la fuerza de ese García de Paredes

-Cuando visites el Museo del Ejército, pregunta por el mandoble de aquel guerrero, y verás que es un arma que dificilmente manejarían entre dos hombres de bastante fuerza

-¡Vaya espadón será!, ¡Pues al que le diera un golpe con él!

-Lo abría por la mitad. No han sido pocos los enemigos que sucumbieron al filo de aquella espada, siempre vencedora

Con que ya ves por este hecho, y por algunos otros tan curiosos que he de contarte, sí es cierto que los españoles tenían bien ganada en la Historia su fama de valerosos. Cuando sepas que hubo un tiempo en que para decir que una cosa era imposible se decía: “Eso es tan difícil como verles las espaldas a los españoles!”, entonces comprenderás la sangre que habrá costado a este país alcanzar esa fama de valientes.

Ahora bien: si me preguntas, Pepito, que me parece esa fama, yo te contestaría: preferiría que al hablar de los españoles dijeran: ¡qué trabajadores y qué inteligentes!, a que aseguren que somos los más valientes guerreros del mundo. Busquemos la gloria del triunfo en ver cubiertos de buenas espigas nuestros campos, rebosando de grano nuestros almacenes, llenas de trabajo nuestras fábricas y el mar de nuestros buques, y este sí que será el título más glorioso para la patria española.

-¿Y cómo se consigue eso?

-¡Cómo!, Con el trabajo, el estudio y la moralidad, que son las fuentes de la riqueza y del progreso.

FIN

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