"Todos los niños menos dos se colocaban agachados en el suelo y como formando un rebaño. De los que se quedaban en pie uno era el dueño de las ovejas y otro el que las compraba... El dueño decía:
-¡Ovejicas! ¡Ovejitas! de mi cortijo! ¡Méeee! ¡Méeee! y los niños repetían a corro: " ¡Méeee! ¡Méeee!
Pero llegaba el comprador y preguntaba:
-¿A cómo valen esas ovejas?
Y el dueño decía:
-Por ser para usted que tiene cara de cristiano, mil reales, pero con una condición: que no sea para matarlas.
El comprador respondía:
-Para matarlas yo no las llevaría, las compro para que críen y hacer con su leche quesito y arrope.
-Vuestras son:
El niño que hacía de comprador gritaba muy alto:
-Ovejicas de mi cortijo ¡Méeee! ¡Méeee!
y los que hacían de ovejicas respondían muy tristes,
como si lloraran el cambio de amo:
-¡Méee! ¡Méeee!"
Federico García
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