viernes, 8 de mayo de 2009

LUIS GARCÍA MONTERO Ni una cosa, ni la otra LUIS GARCÍA MONTERO 25/04/2009

Como en Granada suelen ocurrir tantas cosas inauditas y la

ciudad pone un raro empeño en despreciar lo mejor de su

patrimonio intelectual, resultan frecuentes las opiniones

sobre la maldición cainita. Cada vez que salta a la prensa un

disparate, recibo numerosas cartas y correos electrónicos

de solidaridad, comentando la hiriente capacidad de los

granadinos para disparar contra sus hermanos. Pues no, no

creo que esto sea verdad. Antonio Machado sentenció con

razón que el crimen de García Lorca fue en Granada, en su

Granada. Pero nadie puede afirmar que lo cometieran

granadinos. Muchos de los responsables militares de la

muerte del poeta habían nacido fuera. Por ejemplo, en

Málaga. Es injusto cargar con el instinto de criminalidad al

habitante medio granadino. El comandante Valdés no

representa el estado anímico de la ciudad.


Otras veces ocurre exactamente lo contrario. Te presentan

como poeta granadino en Buenos Aires o en Budapest, y en

seguida aparece la voz agradable que alaba la vena artística

de la ciudad, la fuente inagotable de su genio representado

por autores como García Lorca o Luis Rosales. Y la verdad

es que tampoco, ni una cosa, ni la otra. García Lorca y

Rosales no representan el carácter de la ciudad, son casos

extraños de poetas excepcionales. Granada no es una tierra

de verdugos, pero tampoco de genios. Los artistas de

primera calidad no brotan aquí como setas.

Lo que más abunda en la ciudad, lo que mejor define su

condición, es la medianía asustadiza que mira hacia otro

lado cuando surgen problemas. Estoy convencido de que el

periodista e historiador Melchor Fernández Almagro,

Melchorito en la intimidad de la familia García Lorca, no

hubiera nunca disparado contra Federico. Debió sentir

mucho su muerte. Ocurre que un día empezaron las

ejecuciones, y él prefirió mirar hacia otro lado para no

comprometerse. Ya puesto en situación, deseando

congraciarse con el dictador, tuvo la necesidad de escribir

sobre los crímenes que los rojos habían cometido en

Granada. Isabel García Lorca contó en sus memorias que,

acabada la guerra, Melchorito visitó el domicilio de los

Lorca. Conchita, hermana de Federico y viuda del alcalde

socialista Manuel Fernández Montesinos, le afeó su poca

vergüenza al pisar la casa después de lo que había escrito.

Fernández Almagro se desmayó, hubo que reanimarlo.

Doña Vicenta Lorca se quejaba en medio de la situación:

"¡cómo se ha portado de mal, y encima tenemos nosotros

que consolarlo!".

El novelista Francisco Ayala vino al mundo en el mismo

edificio que ocupaba la familia de Fernández Almagro.

Melchorito habla en sus memorias de la elegancia de la

madre de Ayala y de la generosidad con la que le prestaba

algunos libros. En la suyas, cuenta Francisco Ayala la

actitud de tibieza y miedo que mantuvo el amigo cuando lo

recibió a la vuelta de su largo exilio. Melchorito no era mala

persona, lo había ayudado en sus primeros pasos como

escritor. Pero después se cruzó la guerra, el miedo, y dejó

claro, ya en los años 60, que no estaba cómodo junto a un

exiliado, porque se sentía comprometido. Ayala lo define

con un término muy expresivo. Era un cagón.

Melchorito representa bien el estado actual de la conciencia

granadina. Más que en los verdugos o en los genio, hay que

pensar en los cagones, en los que prefieren mirar a otro

lado cuando una rata pretende convertir a la ciudad y a sus

instituciones en una alcantarilla. No conviene exagerar, los

granadinos no somos cainitas, ni recibimos al nacer un

certificado de divinidad estética o intelectual. Ni una cosa,

ni la otra. Más bien abunda la descomposición de vientre, el

mirar a otro lado. Y eso es lo que deteriora el tejido de la

ciudad, el ánimo de su ciudadanía. Nadie se compromete, y

así nos va. Todos contentos en tercera división.

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